sábado, 3 de marzo de 2012

Y por último,el ansiado 1º Premio.

Bueno,el 1º Premio es un relato que, a primera vista puede resultar aburrido,pero a los tres miembros del jurado nos ha parecido una de las mejores historias que habíamos leído, por eso pensamos que se merecía ganar. Se lo quería agradecer a "Mi Vida en Manhattan" y a "Jona Arenales" por haberme ayudado en este concurso que he hecho.Muchas gracias,chicos,creo que hemos hecho un buen trabajo.

No me enrollo más, el ansiado 1º premio es para...¡ELISA SESTAYO! Muchísimas gracias por haber participado en el concurso, y sigue escribiendo que se te da genial :)

Aquí os dejo con el relato ganador, y muchas gracias a todos los participantes, que sepáis que todos eran muy bueno.¡Muchas gracias!


Cecilia.

A Cecilia le encantaba el sonido del viento y las sonrisas torcidas. A Cecilia le enamoraba el sonido del mar y ver la arena deslizarse entre sus dedos.
A Cecilia, en cambio, no le gustaba el olor a hierba recién cortada ni el sabor del melón. Tampoco le gustaba escribir a ordenador ni el calor asfixiante de Agosto.
Cecilia era sencilla y pequeñita, como una peca en el cuerpo de un gran boxeador, esos a los que temía.
Sus ojos castaños se asemejaban al color de la guarida de las ardillas en otoño y su pelo color miel siempre caía sobre sus hombros revoltoso y encrespado.
A Cecilia le encantaba ser cómo era. Era menuda y torpe al andar, sus movimientos carecían de coordinación alguna pero siempre iban acompañados de una sonrisa tímida y pequeñita, como su dulce carita blanca.
En invierno Cecilia solía ser más excéntrica de lo habitual, le gustaba salir de noche a la calle y aspirar el profundo y frío aroma nocturno.
Le gustaba leer las revistas de detrás hacia delante y cantar en la ducha canciones improvisadas.
También le gustaba sentarse a estudiar con la espalda apoyada en la calefacción de su habitación mientras escuchaba alguna canción atemporal.
Para ella, el invierno era una estación en la que se permitía hacer todas las locuras posibles, como tomar chocolate y mancharse la nariz a propósito o hacer en su cama una tienda de campaña con ayuda de sus sábanas.
Para Cecilia en invierno no había límites. Le gustaba caminar hacia la zona alta de la ciudad y sacar fotografías a las ramas de los árboles desnudos, sentarse en un banco y ponerle nombre a las hojas caídas y olvidadas por el ya finalizado otoño.
Cecilia, sin embargo, se sentía muy sola.
Nadie había querido sentir hacia sus ojos castaños sentimiento alguno, no había recibido ninguna carta de amor y sus labios permanecían sellados sin haber descubierto los besos.
Nadie se había interesado por sus excéntricos actos, ni por la belleza de las palabras que escribía al caer la noche.
Cecilia, aún así, sonreía con esas sonrisas que llenan los ojos de lágrimas y caminaba grácil por las calles de la ciudad, como una muñequita danzante.
Cuando Enero ya finalizaba y caía en picado como las gotas de lluvia, Cecilia caminó hacia la playa.
Cuando hubo llegado se descalzó, era un ritual a seguir.
Para Cecilia el frío no era inconveniente alguno, es más, la sensación de frío en los pies le provocaba una emoción propia de una niña de seis años.
Con la lluvia mojando su cuerpo y sus ropas, con las gotas de lluvia colgando de sus cabellos, Cecilia empezó a correr por la playa.
Levantaba la arena dormida desde aquel día de Septiembre y bailaba al son de la melodía marina.
Cecilia era feliz como cualquiera de sus queridas gaviotas, como cualquier joven de su edad.
Entre bailes, risas y dulce torpeza, Cecilia se acercó al mar. Dejó que las olas bañaran los dedos de sus pies y sintió ese cosquilleo que le trajo recuerdos de aquel verano con su familia y de aquel bañador rosa y blanco.
Caminó mar adentro hasta que el agua le llegaba a las rodillas, su pantalón se pegaba a sus flacuchas piernas y el frío le hacía temblar.
Le gustaba, le encantaba.
Cecilia siguió andando, podía seguir así toda la vida. Su cuerpo ya estaba completamente empapado gracias a la lluvia incesante y a las olas sublevadas por acción del viento invernal.
En ese momento, Cecilia se paró a pensar en su vida.
Otra de las características de la dulce Cecilia es que pensaba en los momentos menos apropiados.
Pensó en todo lo que los demás tenían y ella no, la pequeña Cecilia siempre se había sentido extraña e inadaptada, como una flor creciendo en cualquier calle de Madrid, como un copo de nieve en Julio.
Cecilia era realmente especial, pero ella no lo sabía. Simplemente era un bicho raro, alguien a quien la gente evitaba continuamente. Le gustaba cómo era, pero no gustaba a los demás.
La dulce y tímida Cecilia no sabía el valor de su vida. De hecho, quiso adentrarse aún más en el mar y dejarse llevar por las olas a donde éstas la llevaran. Dejarse balancear mar adentro olvidando todo.
Quiso rendirse.
Una ola enorme la atrapó de repente. El oleje era cada vez mayor y Cecilia se había adentrado demasiado en la mar. El pánico entonces se apoderó de ella, de la dulce Cecilia que hace unos segundos quiso naufragar con su vida.
Quiso retroceder, entonces, volver a la orilla donde descansaban sus deportivas y volver a tomar otro chocolate caliente ensuciándose la nariz. Quiso recuperar lo que en dos segundos había odiado y rechazado.
Nadó en un intento de regresar, quiso realmente volver atrás.

Lo que no sabía la pequeña Cecilia es que a veces arrepentirse no es la solución.

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