-¡Mamá!
¡Me voy a jugar al balón en el parque!- dije en voz alta- ¡Vale, hijo, no
vuelvas tarde!-me contestó mamá.
Cogí el
balón y me fui corriendo. Tenía muchas ganas de estrenar ese fantástico balón
que me habían regalado por mi cumpleaños. Llegué al parque. Allí me estaban
esperando mis amigos.
Tuvimos
varias dudas sobre a qué jugar, ya que no queríamos estropear el balón, pero al
final nos decantamos por el fútbol. Hicimos los equipos. Para no variar, me tocó
elegir. Lo bueno de eso era que tenía un truco para poder empezar a elegir
primero y así escoger a los mejores.
Comenzamos
a jugar. Metí el primer gol. El otro equipo su primer gol, el segundo… me empecé
a deprimir y me lo tomé más en serio. Empatamos a tres goles. Me puse yo de
portero, ya que estaba bastante cansado y de portero te mueves menos que de
jugador. Vino un jugador del otro equipo, con la intención de meter, pero no lo
logró, conseguí despejar aquel balón, con tan mala suerte que lo mandé a una
casa.
La casa
estaba vieja, se caía a trozos, e incluso parecía que estaba un poco
chamuscada, como si hubiese habido un incendio hace poco.- ¿Es necesario que
vaya?- me acobardé- Hombre, pues si quieres que sigamos jugando al fútbol y
además recuperar tu pelota…- Me hicieron dudar. Al final me armé de valor y fui.
Llegué
a la puerta, que estaba podrida. Estaba abierta, por lo que entré. En el vestíbulo
había unas escaleras que parecían destartaladas. Una alacena con una vajilla
bastante cara estaba al lado de la puerta. Encima de esta alacena había una
carta escrita: “Como entres, no volverás a salir con vida” ponía en la carta. Creo
que si en ese momento hubiera tenido un baño cerca, lo habría llenado hasta
arriba. Bueno, continué, subí las escaleras. Allí estaba el balón, rodeado de
cristales que habían caído al atravesar la ventana con el esférico.
Empecé
a ver una sombra que parecía que tenía un cuchillo. Se oían pasos detrás de mí.
¿Sería mi mente o era de verdad? Empecé a correr hacia la salida. Estaba
atrancada. Empecé a chillar y me desmayé.
Era de
día, estaba en una casa bastante cómoda y, en la mesilla que había al lado de la
cama, había un vaso con leche y galletas.- ¿Estás bien?- me dijo una voz
agradable.- Sss……í- tartamudeé.- ¡Qué bien! Pensé que te habías abierto la
cabeza. Por cierto, toma tu pelota y recuerda que no debes meterte en las casas
ajenas sin permiso. – Me explicó la muchacha- Muchas gracias por todo,
señorita- le agradecí.
Fui
andando hacia la escalera que me conducía hacia la entrada. Me resbalé y me dí
con la alacena de la entrada. Me quedé en el acto. Mientras la muchacha se reía
maliciosamente.
Y aquí
estoy, desde lo más alto del cielo, relatando mi trágica historia. Por cierto,
la carta que había en la entrada, tenía razón, nunca más salí de ahí.
'O' es...es...BUENISIMO!! me encanta! :$
ResponderEliminar^^ Muchísimas Gracias! Pues pensé que no era tan bueno jaja
ResponderEliminarEs genial *________* Y es que me ha encantado :D
ResponderEliminarDios mío :O Se me ha erizado el vello de los brazos... Es escalofriante... ¡¡Me encanta!! :DD
ResponderEliminarMe ha encantado, es tan escalofriante *-* es genial, en serio pero pobre chico jajajaja por algo yo no entro en casas así, no vaya a psarme a mí lo mismo :)
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